sábado, 26 de noviembre de 2011

Despedida

Incluso quien no ha mentido, miente” concluyó Mauricio, al momento de abrir la puerta de cristal de la cafetería donde había citado a Alma.

Aquella conclusión, tan paradógica en primera instancia, era el resultado de todas las consideraciones que lo habían mantenido ocupado durante la noche anterior. Era la revelación que había esperado días completos y que, al final, le había llegado como una epifanía escondida detrás de un último instante de duda.

Apretó las manos con fuerza, buscando erradicar el hormigueo de las yemas de sus dedos y el vacío en su estómago. Una ola de enojo y de resentimiento lo invadió. Tenía que hablar con ella, poner las cartas sobre la mesa de una vez por todas.

Se sentó en una mesa alejada del ajetreo de la barra y dejó la mirada fija en la puerta, en espera de que Alma apareciera para dejar la situación completamente en claro. Era consciente de que ésta era la única oportunidad que le quedaba para poder retenerla. Repasó mentalmente su discurso, pero la revelación que había tenido lo seguía alterando.

Alma le había mentido durante meses de la manera más ruin que hay: No mentirle. Ella había sido completamente clara desde el principio, cuando le dijo que “no deseaba comprometerse en algo serio” y, peor aún, cuando le había confesado que emocionalmente se encontraba comprometida con Luis, pese a que era no podía existía nada entre ellos. Y él la había aceptado. Había acordado tácitamente que lo podía utilizar para maquillar la ausencia de ese imbécil ex novio suyo.

¡Qué imbécil había sido! Él se había prestado a ese teatro insulso a sabiendas de todo lo demás, se había aferrado a la idea de poder tenerla. Se había enamorado y no lo había podido manejar, se había cegado… ¡Ella era la culpable, ella le había mentido!

La vio llegar, o, mejor dicho, supo que había llegado por el olor a sándalo que desprendía su cabello. Levantó la mirada y le sonrió de medio lado, procurando esconder el enojo y la nostalgia de las que se había visto preso con tan sólo su olor.

—Y, ¿para qué querías verme?— preguntó ella tan pronto colgó su bolso en la silla. Se veía tranquila, demasiado serena para su gusto.

Mauricio se quedó en silencio unos segundos. ¿Realmente estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias por Alma?

Bufó.

—Terminemos con esto— titubeó un poco al final de la frase. Esperaba que ella no lo notara, que el tono grueso de su voz hiciera menos delator su duda.

La miró rápidamente. Ella no había cambiado su expresión.

—De acuerdo, me parece bien.

La suavidad de su voz le hizo un nudo en el estómago. Se dio cuenta en ese momento que lo que quería era que ella se enfureciera, que llorara, que le suplicara… ¡o por lo menos que quitara esa maldita sonrisa condescendiente! La frustración lo invadió. La noche anterior había previsto toda clase de escenarios y todas las posibles respuestas que podía tener. Había pensado en Alma melancólica, en otra más resignada y en una que le preguntaba sus motivos, pero no había considerado a aquella que en ese momento lo miraba.

Complaciente y distante, sin rastros de haber recibido una noticia impactante, ella le clavaba esos ojos negros que antaño tanto le habían gustado. Le dolían. Esa mirada lo único que le demostraba era que, en efecto, ella nunca había mentido, que nunca había estado entre sus planes sacrificar su vida por hacerle a él un espacio.

—¿Qué, quieres decirme algo? ¿Estás molesta?

Sin embargo la cruda certeza de la que ya no podía evadirse le confirmaba que la pregunta sobraba. Ella no estaba molesta. Se sintió traicionado, traicionado por la verdad.

—¿Por qué habría de estarlo?

“Porque eso significaría que te importo” quiso gritarle, pero se contuvo. Tenía la garganta seca.

—No sé, pero me alegra que no.

Se preguntó si sus palabras habrían dejado relucir la decepción que sentía en ese momento. Mauricio quería que ella fuese quien le pidiera continuar, que le mostrara que lo quería y que le necesitaba casi tanto como él la quería y la necesitaba a ella. Había deseado que Alma, por primera vez, se mostrara menos independiente y le permitiera tener el control de la situación. Que le diera alguna clase de mensaje que él pudiese interpretar como un “me importas”, independientemente de que no significara eso.

Pero ya era tarde, la había dejado ir.

—¿Algo más?— le preguntó ella. Su voz no parecía impaciente ni descortés, sólo incómoda por el silencio tenso que se había generado entre ellos.

La verdad era que sentía tantas ganas de odiarla como impotencia por no poder hacerlo. ¿Cómo le podía explicar que así no era como él había planeado las cosas, que se había engañado a sí mismo con la falsa idea de que ella lo aprendería a querer en la misma magnitud que él la quería? Ni siquiera podía, por cuestión de orgullo, explicarle sus motivos sin saber primero si ella los quería atender. No era capaz de decirle que le frustraba haberla querido a sabiendas de que ella quería a alguien más, ni mucho menos de reclamarle su falta de interés en la relación, cuando desde el inicio habían tenido en claro que el trabajo iba primero.

¿Cómo podía explicarle que lo que más impotencia le generaba era, precisamente, la tortuosa sinceridad que le había tenido desde siempre? Le habría gustado que le dijera que lo amaba, que era el único hombre, que podía estar sin él pero le gustaría estar a su lado. Pero no la podía culpar de nada, ella había sido fiel a sus palabras iniciales.

Se sentía francamente estúpido.

—No, sólo… sigamos siendo amigos, ¿te parece bien?

Ella se tardó en contestar, su mirada estaba ausente en otro punto de la cafetería.

—De acuerdo.

Salieron juntos del establecimiento. Ella intentó abrazarlo, pero él rehuyó el contacto. Alma prendió un cigarrillo y, tras dedicarle una sonrisa resignada, se marchó.

Mauricio la vio casi hasta que desapareció entre la gente de la ciudad e inspiró profundamente, procurando esquivar la ironía de toda la situación. Alma no le había mentido cuando eran pareja, pero en ese último momento una mentira punzocortante, la única que había esperado que fuese verdad, había escapado de sus labios.

“Uno sólo miente en cosas importantes” recordó, con un poco de despecho.

Entonces entendió que el abrazo al que se había negado no buscaba una conciliación, como creyó en ese momento. Había sido una despedida.

sábado, 19 de noviembre de 2011

De cuando a Dios le dio cáncer

El día en que Dios fue diagnosticado con cáncer no se sorprendió, sino que agradeció profundamente su suerte. Decidió sentarse a esperar a la muerte en un sillón abandonado en el sótano de algún edificio de cualquier ciudad y, con una sonrisa melancólica, escuchó los intentos desesperados de algunos hombres por convencer a los demás de que gozaba de excelente salud.

Compadeció un poco a todos aquellos seres que se aferraban a él, después de todo, ¿cómo iban ellos a imaginarse que lo único que deseaba era evaporarse lo antes posible y dejar de ser inculpado por errores ajenos? Tal y como había ocurrido con sus predecesores ansiaba fundirse con la bruma que divide a la memoria del olvido, ser mentado por personas que no le guardaban rencor y que no lo culpaban por la sangre que él jamás derramó. En fin, quería ser desacreditado como todos los que fueron antes que él para poder acceder al terreno de los inocentes imaginados que sólo fueron una justificación.

Sabía que era su momento, que debía hacerse a un lado y permitir que alguien más tomara su sitio en el trono incuestionable. Era tiempo para dejar que le achacaran a otro la injusticia, el hambre y la muerte... Ésa había sido, desde el incio, su razón de ser.

Los hombres lo habían creado a su imagen y semejanza, al igual que a todos los que fueron venerados ciegamente antes de su llegada. Era el perfecto escudo que ellos buscaban, quien les permitía dormir por las noches pese a todas sus infamias. Nunca más que un parámetro flexible para sus preceptos errantes...

Por suerte, su tiempo había terminado. Lo único que le quedaba, al proferir su último aliento, era una inmensa compasión por su sucesora, la joven Tecnología.

martes, 13 de septiembre de 2011

Ritual

El día es tan monótono, tan gris, tan martes. Por la tarde, la incertidumbre de si lloverá o no es lo que alienta a las personas a caminar más rápido por las aceras, que se llenan de barullo y de gritos de “cacharpo”. Voy a prisa, siguiendo el ritmo de pies ajenos hasta llegar a la escalera. Subo con cuidado, procurando no caer en uno de los peldaños rotos que dejan ver las vigas torcidas y desgastadas. Tres jóvenes platican detrás de mí y me rebasan, lo mismo que al anciano a mi lado, que anda con dificultad, apoyado de su bastón.

Paso a la taquilla, que por primera vez en meses está abierta y compro un boleto. El hombre que está detrás del mostrador me ve con recelos, quizá sabe que yo me dirijo a casa y él se queda ahí, confinado a un espacio de un metro cuadrado.

Entro en el andén y me uno a las 22 personas que esperan el Tren Ligero en dirección a Taxqueña. Por algún motivo me siento en ese ambiente como una extraña, aislada entre la gente, que se limita a ver las vías vacías o a revisar su celular con audífonos puestos. Parecemos autómatas, estamos totalmente deshumanizados.

Pasan dos trenes en dirección a Xochimilco antes de que llegue el que va al metro. Ya somos 28 los que subimos con prisas, intentando romper las leyes de la física y hacernos una sola masa con quienes van a nuestro lado. Esos desconocidos que, durante algunos minutos, sentimos tan cercanos.

Se escuchan de vez en cuando conversaciones aisladas y casi en un murmullo. Todos los oídos captan la charla con algo de recelo y a la vez con un interés descarado. Se finge no escuchar cuando, en realidad, estamos al pendiente de esa plática intrascendente que se nos antoja lo más interesante del trayecto. A fin de cuentas, nos sirve para pasar el rato, para apartar un poco al silencio cuasi-ceremonial que nos rodea.

Me siento como en una iglesia y no sé cómo comportarme. Parece que cada cual está metido en un rezo privado del que ni siquiera está consciente, al tiempo que mira a los demás con extrañeza y apatía, sin hacer contacto visual con nadie. ¿Será que Paz—o Samuel Ramos, para referirnos al autor original— tenía razón al decir que los mexicanos no nos vemos directamente a los ojos para no darnos cuenta de la existencia del otro, para no romper el sentimiento de inferioridad que tenemos “de fábrica”? No puedo dejar de darle vueltas a la situación. “Podría ser” me digo. Y dejo que ese pensamiento errante se marche.

Mientras yo pienso, la gente sube y baja del Tren, sin hacer ruido, como si se evaporara. Sigo pensando que es parte de un ritual que desconozco pero del cual, inconscientemente, formo parte. En Huipulco, sin embargo, bajan muchas personas, tantas que el vagón se desestabiliza. Da la impresión de que la gente sale un poco de su trance, sólo para volver a sumergirse en él con renovadas fuerzas. Casi todas las cabezas ven hacia la ventana, como si se uniesen en un deseo por estar de aquel lado del acrílico, en un Viaducto-Tlalpan lleno de autos que no se mueven en vez de estar en el transporte público.

El Tren Ligero, en su ritual silencioso y casi esotérico cumple el protocolo de la caballerosidad. A los ancianos les ofrecen el lugar, las tratan con respeto e incluso les dedican una escueta sonrisa. Las demás personas ni siquiera volteamos a reconocernos, nos limitamos a ver los zapatos negros que parecen extensión del hule desgastado del mismo color. En ese lugar no hay caras, aunque estamos casi forzados a mirarnos una que otra vez para pedir el paso.

Se acerca la estación de mi destino y pido el paso. La gente se aparta entre gruñidos apagados, obnubilados por el olor de apatía y cansancio que desprende el vagón. Las puertas se abren y salgo lo más rápido que puedo, antes de que empiece el pitido que anuncia su cierre. Quiero dejar atrás el espíritu del gris, de lo monótono, del martes después de la jornada laboral en la Ciudad de México.

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Esta crónica la hice en mi clase de Géneros de opinión, que aprobé con un honroso 94/100. Me gustó tanto que decidí colocarla aquí, como mi pequeño orgasmo nacido por necesidad, en el seno del transporte público de la ciudad más bizarra del mundo.


viernes, 26 de agosto de 2011

Bullying

Cuando yo tenía tres o cuatro años, asistía a mi escuela una niña algo desequilibrada. Tenía un leve retraso mental, problemas en su familia y era despiadadamente fea, casi como para matarla con cloroformo. Por supuesto, a mi corta edad nada de eso me habría importado si no fuese porque, de buenas a primeras, un día decidió que sería interesante empezar a hostigarme.

Yo, de pequeña (porque no se me quedó el hábito), era bastante retraída y timorata. No me relacionaba fácil con la gente y mi madre siempre me crió con los principios de "No le pegues a nadie, sé cordial y trata a todos con respeto", así que no tenía idea sobre cómo defenderme de mi agresora. De hecho, era tan tímida que ni siquiera me atrevía a contarle a nadie que esa pequeña terrorista de preescolar me hacía la vida imposible.

La primera vez me tiró del cabello, la segunda me golpeó, la tercera me hizo algo igualmente horrible y me agarró de cliente. Así, sin que yo supiera cómo, estaba lidiando con una niña desatendida, con problemas psicológicos y sin la mínima pizca de respeto por el entorno, por sus compañeros, por mí o incluso por su madre (llegué a ver cómo golpeaba y pateaba a la señora sin que ésta hiciese nada por impedirlo).

Hoy en día, el trato que recibí sería llamado bullying, pero en la década de los 90 era "fue un accidente", era un "ella no quiso", era un "le voy a decir algo"(que nunca le decían, por cierto) y era un "perdónala, es que lleva una vida complicada, pero irá con la psicóloga". Es decir, la niña era solapada por las maestras, que siempre tienen una morbosa compulsión por proteger a las personas neuronalmente desfavorecidas y con situaciones familiares incómodas, mientras que a mí me hacían la vida de cuadros.

Un día mi mamá se enteró por otra mamá de mi situación y, tras una cantaleta interminable de "¿Por qué no me dijiste nada?" a la que yo no le respondí nunca (¿cómo le iba a decir que mi agresora me tenía totalmente aterrada?), me dijo "¿Recuerdas lo que te he dicho sobre no golpear a la gente? Olvídalo. Si alguien te pega, pégale de regreso y si te preguntan el motivo di: porque mi mamá me dijo."

Yo tenía mis reservas sobre esos métodos, finalmente había sido criada como una señorita y quería que las maestras hicieran su trabajo. Tuve un conflicto interno durante algún tiempo, pero un día, cuando la niña me tiró del cabello (o algo así), solté el primer puñetazo liberador, la tiré al suelo y le di una patada digna de futbolista.

En ese momento, automáticamente, recuperé la sensación de fortaleza y mi autoestima. Dejé de ser la víctima indefensa y suscrita a los intereses de una abusiva para convertirme en una persona que se sabe capaz de reclamar sus derechos (por la buena o por la mala). A partir de ese día, la niña no me volvió a molestar ni a dirigir la palabra, y poco tiempo después se marchó de la escuela por motivos familiares.

Así es como pude, después de ser atemorizada por un año o dos, vivir una infancia sin sobresaltos. (Y agarré cierto gusto a golpear gente y a aplicar la ley de Talión, si soy sincera)

En fin, ¿por qué de pronto conté esta enternecedora historia de superación digna de algún libro de consejos parentales? Porque puedo ver cómo a gran escala el patrón se repite en el país.

A mí me tiraron del cabello, en Monterrey y en Morelia tiran granadas.

A mí me patearon, en Torreón hubo un enfrentamiento armado afuera de un estadio.

A mí me agredieron verbalmente, en Chihuahua, Guerrero y Tamaulipas matan a la gente, le cortan la cabeza y la entierran en el desierto en alguna fosa común.

Yo intenté ir con las autoridades para que me protegieran, a Marisela Escobedo la mataron por el activismo y la PGR tan campante.

Yo era la agredida y las maestras solapaban la conducta de una retrasada mental, las policías y los gobiernos estatales se hacen pendejos con los narcotraficantes. Alejandro Encinas metió al hermano de un narcotraficante y le dio fuero en el Congreso de la Unión.

A mí nadie me defendió y me hicieron creer que yo era el problema, a dos alumnos del Tec de Monterrey les sembraron pruebas y los acusaron de sicarios.

Yo esperaba para que la situación terminara por sí sola, los católicos juntan las manos y le rezan a la virgen y a las reliquias de Juan Pablo II. Los tuiteros le rezan a una deidad que aborrece las redes sociales.

Yo me cansé y decidí recuperar el control, ¿México cuando? Porque es claro que ni Sicilia con sus marchas silenciosas, ni el gobierno con su terrible estrategia, ni la milicia mexicana especialista en rescate que hace las veces de la policía, ni la PGR y los políticos que encubren criminales y maquillan los crímenes ni mucho menos los narcotraficantes que ya se sienten los dueños de nuestro país y nuestras vidas, van a hacer algo al respecto.

Así que la pregunta que queda en el aire es: ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que somos más de 100millones los mexicanos que estamos hasta la madre y ya no queremos vivir con miedo por 10,000 sujetos con sed de poder? ¿Cuándo vamos a hacer algo aparte de rezar y condenar los actos terroristas vía Twitter?

Porque va a llegar un momento en el que ya no podamos quedarnos de brazos cruzados, porque ya estamos francamente hasta la madre.


jueves, 16 de junio de 2011

El final

El amor salió por la ventana, furtivo, abrazado de una noche que ahora me parece eterna y traidora. Ni tú ni yo nos dimos cuenta, pero terminamos echándolo en falta y endulcorando nuestra relación con indiferencia. Caímos en la costumbre y no lo notamos hasta que nos encontramos maniatados en una rutina que ni tú ni yo queríamos y que, sinceramente, nunca vimos llegar.

Nos volvimos víctimas de nosotros mismos. Consumimos nuestro amor como si de una vela se tratase y nos embebimos del último resplandor de luz amarillenta como si fuese nuestro último momento a solas. Y lo fue. Luego de eso, simplemente jugamos a vernos en la oscuridad, a tientas.

De pronto ya no fuimos sólo tú y yo en una cama. Ahora, en medio de nosotros, se erigía un muro intangible de indiferencia y rencores que ninguno de los dos se esforzó en bordear. Tal vez creímos que el otro lo haría, sin atrevernos jamás a dar el primer paso y buscando culpables para no actuar porque, ¿sabes? Ya no teníamos un para qué. Probablemente, en aquellos momentos, hasta llegamos a pretender que todo iba bien, que éramos felices así… No lo recuerdo bien.

Un día escuchamos el estallido de un vaso y supimos que nada se había roto. Éramos nosotros, nuestra relación fracturada que siempre imaginamos irrompible. Ya no quedaban más que los fragmentos de nosotros, un tú y un yo que no se supieron reconciliar. No nos soportábamos, no podíamos siquiera atisbar en el otro lo que antaño nos había hecho jurar un por siempre que ya había terminado. Sin embargo, no era ése el final; el final fue mucho antes.

Ahora entiendo que la culpa no fue ni tuya ni mía, pero sí fue de los dos. Me diste toda tu vida y tú te saturaste de la mía, hasta que ambos llegamos al límite, mientras todavía simulábamos que el final jamás llegaría. Sin saber que, en realidad, llegó mucho antes de nuestro comienzo.

Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo

¿Te acuerdas lo que tomamos ese día? ¿Recuerdas dónde estábamos cuando me lo dijiste, qué hora era? Yo sí, perfectamente bien. Atesoro ese día como pocos, porque ahí rompimos nuestra barrera final y nos atrevimos a abandonar todo intento de complacencia mutua, a llenar con palabras el silencio que nos volvía desconocidos a medias y que ni tú ni yo podíamos soportar por más tiempo.

Yo lo sabía.

Tú lo sabías.

Ambos lo sabíamos, pero esperábamos el mejor momento para dejarlo en claro sin que sonara forzado o impertinente.

No me sorprendí cuando me lo dijiste, finalmente, ¿de qué valía, si yo ya lo sospechaba? Sólo, y eso te lo aseguro, me sentí un tanto abrumada por las formas. Una plaza por la noche, en un susurro para que nadie más pudiese entrar en el mundo que estábamos creando. Fuimos sigilosos y francos. Nada más y nada menos.

"Soy homosexual."

"Ya lo sabía. Desde que te conocí."

Sin ceremonias ni frases elegantes. ¿Qué más podíamos decir, que no estuviese en el aire ya? No teníamos que hablar, no había lugar para argumentos elaborados ni excusas vacías en ese momento. Tan sólo fue la hora de nuestra mutua aceptación. Yo te acepté tal cual eras, sin matices ni caretas, acepté entenderte y compartir un secreto que no estaba en mí desvelar; y tú tuviste que aceptar que, a partir de ese momento, yo había ingresado a la parte de ti que más te atormentaba, que había dejado una huella indeleble en tu alma y que los dos nos pertenecíamos el uno al otro. Ahora, casi medio año después, me pregunto quién tuvo qué aceptar más aquella noche, si tú o yo.




Una copa de vino medio vacía fue nuestra testigo la noche que volvimos a abordar el tema. Poco antes me habían dicho que yo jamás entendería "lo que significaba ser homosexual", que era difícil y suponía un choque con la moral recalcitrante de un pueblo guadalupano, y yo no me atreví a negarlo (ni lo negaré jamás). Sin embargo, caí a mi punto de partida: ¿Qué significa serlo? Absolutamente nada. Eres el mismo hombre que conocí sin esperármelo siquiera, que me ha brindado apoyo y consuelo en casi cinco años de amistad. Lo único que cambia es si te atraen hombres o mujeres,como si te gustara el helado de limón o el de vainilla. Una mera intrascendencia, después de todo.

En aquel momento, durante aquella plática llena de frases cortadas, aunque tú no lo dijeses, te sentías atormentado por tus propias ideas de la filosofía depresiva a la que te consagraste con el fin de saber si eras así por nacimiento o por factores externos a ti. Pero, ¿de algo te sirve saberlo? Ya está hecho. Te construiste a ti mismo a partir de las cenizas que dejó tu ser anterior, te libraste de tus dudas y temores. Apostaste por tu felicidad. Y con eso me hiciste a mí la mujer, la amiga, la confidente más dichos de este universo.

Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo, eres homosexual. Y eres, también, parte esencial de mi existencia, una de las personas junto a las que quiero recorrer este trayecto que se llama vida.

Te adoro, te admiro y te prometo que siempre será así.



A Codi, de quien me siento profundamente orgullosa.

lunes, 6 de junio de 2011

Quererte

Quererte es el error que más me gusta cometer.

Me he enamorado perdidamente de la idea de ti, que busca refugio en un cuerpo que parece tuyo pero que jamás llega serlo. He entregado mi corazón a un fantasma que juega a ser persona sin materia, que se limita a acompasar los latidos de mi corazón con ilusiones burdas de un cuento feliz. Y no me importa, es más, me enorgullezco de ello.

He manchado tu recuerdo con ensalzadas virtudes que amenazan con sofocar tus encantadores defectos. Por eso las borro y procuro que no quede rastro de esas cosas maravillosas que me enervan y me maravillan, de otro modo corro el riesgo de quererte como pensamiento y no como el ser humano que eres. Prefiero pensar en tus fallos, que me parecen más adorables y dignos de mención, en tus manías y en los vicios que no necesariamente compartimos, pero que nos complementan en una forma incomprensible y hasta incongruente para ojos ajenos a los míos.

Te quiero porque sé que, incluso en mi cabeza, seríamos la peor pareja posibletú tan tú y yo tan yo, pero encontraríamos el justo medio y podríamos llegar a funcionar. Te quiero, también, porque eres la idea de una persona real, porque eres quien le da fuerza a mis pasiones más secretas. Sin embargo, te odio porque no eres el original, con quien quiero compartir los momentos importantes de la vida y crear juntos el puente para un destino de dos.

Te quiero y te detesto por ser el intento fallido de una equivocación, que me convence al mismo tiempo que lo es y que no lo es; por ser un error equivocado que pretende ser un acierto encubierto. Por confundirme. Por tus defectos que me embrujan y que me hacen pensarte cada día más, pero sin llegar a ser el ídolo inexistente al que le rindo un culto ciego.

Te quiero y no te quiero como un ejercicio diario. Quiero no quererte, pero por ningún motivo deseo dejar de hacerlo. Por primera vez no siento que sin ti dejaría de ser yo, no me haces falta. No eres una necesidad, ni un vicio ni una obsesión, sino esa adorable y defectible ilusión que se transforma constantemente en ti mismo y que al mismo tiempo se mantiene eternamente siendo tú.

Y tú, tú nunca serías un error para mí.


miércoles, 13 de abril de 2011

Para la Reflexión y la Razón, que salvaron a un alma errante en peligro de ser masificada

Hoy desperté y, al verme al espejo, no me reconocí. Es más, ni siquiera noté algo distinto, sólo la certeza de que no era tan yo como lo había sido antes. Procuré no darle más importancia de la que tenía y decidí no tomar en cuenta el cambio que sin forma ni razón, había creído percibir.

Me alejé de mis pensamientos, creyendo que si los ignoraba no se materializarían, ni nadie notaría lo que, pensaba, era un producto del cansancio. Una ilusión óptica generada por el agotamiento que no me alteraba en lo más mínimo. Por lo tanto, seguí caminando a ciegas, embebida en obligaciones que adquirí sin saber cómo. Tenía mucho por hacer, gente qué conocer y pláticas insulsas que entablar con personas cuyo nombre nunca se queda fijo en mi mente. En fin, tenía que ponerme el gafete que indica mi puesto en la vida…y algo que se parece a mi nombre de pila, pero que tiene un sonido hueco.

Las horas transcurrieron una tras otra y no volví a pensar en el cambio imaginario que, a todas luces, no podía ser real. No fue sino hasta avanzado el día, cuando el sol estaba en su punto máximo y no podía hacer nada para ocultarme de los rayos abrasadores, que una voz reflexiva me hizo notar algo extraño. Yo no era yo, sino otra persona que había usurpado su propio cuerpo durante la noche, como un parásito silencioso y un peligro latente. No era la mujer de siempre, aunque podía parecer igual que todos los días. Me sorprendí unos instantes, antes de horrorizarme por haber sido presa de mis propias sogas. No lo quise creer, no lo podía creer. Mi cambio era imaginario, algo que sólo yo percibía y, sin problemas, podía atribuir a muchos factores ajenos a mi control.

Aquella voz, que resonaba en mi cabeza con muchísima fuerza, sacó su mano desde las sombras y me tendió, suavemente y con la caballerosidad que le caracteriza, un espejo convexo que sirve para reflejar el alma. Lo que vi no me gustó. Es más, lo odié con tanto fervor que una parte de mí se volvió masa incandescente y estalló dentro del agujero que se me había creado en el estómago.

Al inicio intenté excusarme, no con él sino conmigo, apoyarme en algo para dar a conocer una postura en la que no necesariamente creo—y en la que no necesariamente no creo—. Fue... raro. Ruego a esa voz amiga, a esa fugaz reflexión que no malinterprete este escrito, puesto que lo que dije en su momento era tan genuino como el plástico ciego me dejaba expresar. No le mentí. No me mentí. Sólo no me había percatado de que lo que para mí es amarillo para otros es verde olivo... y tengo la tendencia a asumir que el amarillo es algo universal, por mucho que sólo quepa en mi intrínseca ambigüedad. En ese instante, la voz de mi oprimida—y presumiblemente muerta— consciencia se dejó escuchar como un eco de ultratumba.

Y Sísifo salió de las profundidades de mi ser, dejando en evidencia su necedad y su ilusión vacua de desear ser algo que no es. Ese personaje, destinado a cargar una roca eternamente y pretender ser libre al mismo tiempo, en algún curioso sentido me hizo ver mi propia roca: Mi pasado, el protocolo, la sociedad, los paradigmas… todo aquello con lo que me resulta imposible romper, pero que niego hasta que la avasalladora realidad me alcanza y no me es posible retener mi disonancia cognitiva sin el riesgo de enloquecer. En un sentido clínico de la palabra, si cabe destacar.

La reflexión se apoderó de mi atención y de mi autocrítica. Me encontré enfrentada con el reflejo de mis aversiones, con el juramento de quien nunca sería, con un ser empacado al vacío que no se parecía a mí. Era todo lo que yo me había negado a convertirme, un mutante vomitivo recubierto en plástico cristal. Un pato, un horrible y asquerosísimo pato… El pánico se sembró en mi vientre, al tiempo que los fantasmas de mis errores y la certeza de mi imperfección se cernían sobre mi horizonte particular. Y me encontré sola, sola sin querer estar conmigo, sin querer compartir mi cuerpo con aquel repulsivo ser en que me encontré convertida. Me detesté y quise huir de mí, pero no podía… así que contuve las lágrimas de decepción propia y busqué al vocero de mi razón.

Obedecí a Girondo cuando sólo estábamos mi razón y yo conversando. Me cubrí el rostro y vomité mis fracasos engrandecidos por la incisiva autocrítica. Vomité los largos trozos de vidrio y los amargos alfileres que me hacían sangrar por dentro, los secretos que no deben ventilarse de día y los gritos suspendidos en mi garganta desde que era lo suficientemente pequeña como para caber en una cáscara de nuez. Lloré por el delirante—y denigrante—cretinismo estentóreo, por la castrada y fétida sumisión cultivada hacia el tótem que siempre critiqué. Sangré por no ser quien era, vertí la tinta de mis venas para poder escribir una carta suicida o una nota de rescate a la mujer que fui. Morí lentamente, hasta quedar solo entre los ojos color ciruela de quien me recordaba que ya no era quien había sido, hasta secarme y quedar reducida a cenizas. Sólo entonces dejé de llorar, de potar la mediocridad a la que yo misma había sucumbido y mi traición personal.

En ese momento, cuando parecía haber cavado el agujero más profundo, que mi Sísifo personal se encargaría de cubrir con la roca de mis desprecios, pude escuchar nuevamente. Los pasos arrastrados, los ecos ahogados que me llevaban lejos de esa vereda de necesaria autocompasión y me devolvían al recuerdo, a la vida que había llevado, a mi máxima vital. Mi razón habló conmigo, en un tono casi paternal, y me devolvió la noción de mi vida, la brújula que perdí sin darme cuenta. Removió entre el baúl y me releyó frases de la antigua sabiduría que mi yo original, sin aspiraciones ni prejuicios. Sin pretensiones. Con una certeza particular que convirtió en la verdad de una vida, esa Andrea que experimentaba con orgasmos y sentimientos variopintos lograba encontrar la vitalidad en todo, ya que ella se amaba lo suficiente como para hacer que los demás hicieran lo propio sin darse cuenta. Era fresca… y lo único que pedía de aquellos que le rodeaban era que permanecieran ahí el suficiente tiempo como para hacerles un retrato mental y añadirlos a la lista de personas que la habían marcado.

No era persona maravillosa, así como no lo soy tampoco ahora, pero es la persona que quiero volver a ser. Llena de coraje para comenzar las cosas, sin temor a las negativas y con una capacidad poco natural para omitir al resto del mundo y hacer lo que le venía en gana. Tal vez no regresar a la adolescente impulsiva, pero sí retomar la personalidad extrovertida y ácida de la adultez libre de cretinismo. Quiero volver a ignorar al mundo, pese a que ahora tengo la necesidad de integrarme en él como el engrane de un reloj…No deseo pensar en el futuro, ni siquiera en el presente o en las obligaciones que se apilan en el escritorio. Extraño volver a ser libre de todo… de prejuicios, de tareas, de protocolos, de actividades, de hombres. En fin, volver a ser yo.

Tal y como mi razón, a quien considero uno de mis diamantes más preciosos, dijo:

“Siempre camina con la cabeza en alto y la vista al frente. Eres maravillosa, sólo tienes que recordártelo a ti misma y volver a brillar. Dedica tiempo a reconquistarte cada día, todos los días”

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Agradezco a mi Reflexión y a mi Consciencia por devolverme al inhóspito sendero que debo forjar con mis pasos y alejarme, voluntaria o involuntariamente, del camino terregoso que es recorrido por varios cientos de millones cada día. Como enunció el poeta y eternizó la música: Caminante no hay camino, se hace camino al andar.

martes, 5 de abril de 2011

Basta

¿Sabes qué? Llega un momento en la vida de toda mujer en que debe decir basta. Hay que poner el alto a las actitudes irreverentes y extrañas, casi primitivas, de los hombres para no caer en la espiral viciosa de una relación que ya sabe que no va a funcionar. Porque...¿sí sabes que tu relación no iba a funcionar, no? Era más que obvio: Él no hacía más que darte ilusiones y bajarte las estrellas con tres palabras lisonjeras, antes de darte una puñalada por la espalda cuando tenías la guardia baja. No digo que no haya sido "accidental", pero fue más accidente y necedad tuya que cualquier otro evento fortuito.

¿Que por qué digo esto? Porque es la verdad. Sólo ponte a hacer un recuento de los daños que ha ocasionado en tu frágil ser. No te pido que te expliques en este espacio, porque sería ir de nuevo recorriendo el círculo vicioso en que has vivido desde hace un año...¿o quizás más? Tal vez toda tu vida. Y eso nos tomaría tiempo y sería una pérdida total de energía. Pero considéralo, ¿cuántas veces él te dijo que te amaba, que eras única? Y resultó que eras la única a la que querría ese mes, esa semana o a la úncia a la que amaba en esa latitud. Porque tenía más, porque él se hartaba a la primera de cambio...porque a todas las mujeres que le has conocido (antes y después de ti) han terminado en el bote de basura de sus pensamientos. Una tras otra, enlistada en una pared y colocada por orden alfabético.

Si tú lo viste, ¿qué fue lo que te hizo creer que contigo sería diferente? ¿El hecho de que, entre amante y amante, te recordaba como el amor de su vida? ¡Qué ilusa, patética y mediocre! Por esas frases le vendiste tu ilusión y le envolviste un corazón para regalo. Aunque, en honor a la verdad, tampoco puedes decir que él no te ha querido... Para él eres la inalcanzable, la princesa, la diosa a la que no puede aspirar porque sus pecados lo reducen a ceniza. Eres la ilusión, la meta final, pero no el camino. Lo único que no eres es la humana, la mujer que siente y está hecha más que de ilusiones y buenos deseos. Te ha despojado de toda tu imperfección, te ha eliminado por completo.

En cambio, lo que te reviste ahora es el negro tul de la desilusión, del desencanto que sólo se expresa con un suspiro desinteresado de cuando en cuando. Tú ya no piensas en la tragedia, en el mañana, en el por siempre; sólo le das vueltas a lo efímero que parece todo, a que el nombre de la que hoy usurpa el trono que siempre creíste tuyo formará parte de una lista llena de letras sin relación. Un catálogo para la reivindicación de un ego ajeno. Un objeto semi-reflejante que hace las veces de espejo y de escudo, que se desecha tan pronto deja de dar placer.

No lo juzgues mal, que él no es quien tiene la culpa de tus errores, de tu insípida buena fe. Tú eres la única culpable, la única que permitió ser golpeada por la misma espada hasta que aprendió a endurecerse. Y ahora, despojada de todo, ya ni siquiera te interesa si algún día la reina original regresará al trono. Eso es lo de menos... Lo único que deseas es volver a sentirte mujer, a encontrar a la persona que te vea al natural y se atreva a comprender un poco de ti. Tú ya no quieres más dramas, sino un poco de trama. Lo que quieres es decir un pastoso, seco y ronco "basta".

lunes, 4 de abril de 2011

Escribir

No puedo escribir.

Los dedos se me caen a pedazos cada vez que intento juntar las letras de mis pensamientos, y, una vez que los he cosido de nuevo a mis brazos, las ideas se han ido apagando una a una hasta dejarme en completa oscuridad. Es, tal vez, mi musa la que huye a refugiarse en los bosques de las ninfas. Huye de mí, de las banalidades que trazo con unos dedos lisiados y una cabeza llena de focos fundidos. No la puedo culpar.

El no escribir se traduce en una sensación de impotencia, de frustración acumulada y de una raquítica necesidad de gritar las cosas que no logro plasmar en papel. Seguramente es la misma tragedia que experimenta el hombre que recientemente descubre su disfunción eréctil, la vergüenza de no dar el máximo, no por no querer sino por no poder. Con la clara desventaja de que para escribir nadie nos entrega una caja de pastillitas azules (vamos, que ni un placebo), y tenemos que vivir con la insatisfacción propia de quien se ve al espejo y encuentra que sus capacidades han sido mermadas.

Distinto, aunque igualmente grave, es el problema de que quien escribe, pero no desea hacerlo. Cual mujer insatisfecha, la pluma que sólo recorre el papel por hábito, se encuentra a sí misma desprovista de pasión, emanando el pútrido aroma del vicio y la costumbre. Desprovista del buen amante, sin aquel frescor de la novedad, no escribe más que por la rutina y por la necesidad de complacer a la mano o al papel, pero no a ella misma. Añora cada día a la imaginación, su mejor amante, que se ha ido quizás para no volver. Traza torpemente, a la espera de acabar y encontrarse con el más espectacular trabajo, que jamás pasa de ser un breve atisbo de su inmensa mediocridad.

Quien sabe escribir hace el amor con la mano y la cabeza, trazando letras impregnadas de pasión. En cambio, los que no tenemos la menor idea, intentamos que nuestra cabeza impotente copule con nuestra pluma frígida. O bien, nos dedicamos a hacer entradas de blog comentando nuestra patética situación.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Demonios

Siempre he sido una de las que piensa mejor por la noche, una vez que la luz del día se ha extinguido y mis demonios internos se enfrascan en una eterna lucha sin sentido. Nunca sé lo que buscan, pero cuando corren libres pisoteando las flores represivas que me he sembrado durante el día, me siento tan tranquila que ni siquiera me intereso por si lo encuentran o no. Hay que dejarlos hacer.

Me agrada cerrar los ojos y sentirlos en pugna, tratando dominar los latidos de mi corazón y dirigirme a vicios insospechados, aunque no por ello terribles. Me invitan a bailar un tango que seduce a la muerte o me orillan a gritar para acallar mis propios pecados, intentando en vano que dejen de existir. Algunas veces sólo ponen un vals como música de fondo, para que lo escuche y pierda el control de mis pensamientos diurnos. Y yo los dejo, hago como que no me doy cuenta, todo con tal de sucumbir a los encantos de esos seres perversos que me liberan de las cadenas de mí misma. Los engaño, ilusionada en que se lleven a la persona que toma mi lugar por el día y que muere con el sol; quiero que rompan mi maldición prometeica y me permitan reencontrarme con quien sólo existe bajo el tul oscuro.

Para mis demonios no soy más que un títere, un ser sin vida que se mueve gracias al antojo de algo externo a mí, pero que me pertenece de tal forma que se ha fusionado conmigo. A ellos les gusta moverme tanto como a mí me gusta que me muevan, que me lancen por el abismo de la locura y me dejen aprender a volar sin alas, a soñar despierta y a vivir en sueños. Ellos me reencuentran conmigo, con la Andrea prohibida, con la que sólo vive por las noches en la más confortable de las soledades compartidas. La que no le pertenece ni a la la luz ni a la noche, pero que se consagra a esta última con la firme intención de escapar del escrutinio del astro rey.

jueves, 24 de marzo de 2011

Caminante

Existió una vez un caminante que, tras alis de recorrer el mundo, de ver personas, de conocer lugares; encontró finalmente su camino.

sábado, 12 de marzo de 2011

Políticamente incorrecto

Estimada persona aburrida que ciber-transita por este blog: Esta entrada es de mal gusto. Muy mal gusto. Tanto que casi me hace odiarme por ser una persona que tiene arrebatos irreprimibles de humor negro. Sólo casi. Pero, como su título indica, esto es tan políticamente incorrecto como se puede, y no persigue más fin que vomitar veneno. La autora pide paciencia, amor y les pide que guarden su repudio... De la misma manera, promete empezar a morderse la lengua y a medicarse con tres pastillas de pudor y pertinencia al día.

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La noche del 10 de marzo de 2011 me encontraba embebida por páginas de periódico, tijeras y cafeína, al borde de la locura por no poder terminar una tarea que hacía resurgir mis demonios internos. Me invadía la congoja, tenía sueño y no paraba de entonar una canción sobre cacahuates. En pocas palabras, no me encontraba en el mejor estado mental. Mi universo privado, descompuesto y famélico de cordura cuando supe que en Japón había habido un terremoto y, posteriormente, un tsunami.

Quizás se debía a mi privación de sueño o a mi espíritu de filósofo en progreso, pero no pude evitar hacer ciertas consideraciones, que maduraron hoy dentro de mí y ahora deseo compartir con aquellas personas que tengan la imperiosa necesidad de malgastar su tiempo:

Primero tengo que decir lo que es obvio: Los mayas están jugando con nuestra mente antes de dar el golpe contundente en el apocalíptico 2012. O eso o las cuentas no les salen tan bien como nos hicieron creer, porque existe mucha alharaca con toda la idea del "fin del mundo", pero desde el año pasado estamos de simulacro en simulacro, mientras ellos ríen y nos envían señales de que estamos en la antesala de la muerte. Les vendría bastante bien uno de los calendarios de las azafatas de Mexicana, que también sienten que se les viene el fin del mundo (aunque por motivos más económicos que cósmicos), y así se dan cuenta que todavía les falta un año para hacer su entrada triunfal. Aunque, si no saben leer números arábigos tenemos un serio problema.

Me pregunto si en este caso Bruce Willis, Sylvester Stallone, el Gobernator o algún otro macho de músculos crecidos y ropa desgastada nos va a rescatar. O, mejor aún, si se cumple la profecía Marvel y aparece un superhéroe precolombino, sin miedo a nada y capaz de hacer la danza de la lluvia (en el norte se lo agradecerían). Ansío ver qué ocurrirá.

Pero, volviendo al país del sol naciente y de gente que tiene mirada de maldad infinita:

Una de mis teorías más fuertes sobre el origen del terremoto es que Dios está coludido con el Departamento de Seguridad de Estados Unidos y su verdadero objetivo era Cuba. Claro, falta que nuestro casi-albino Julian Assange nos corrobore la información con un cable de Wikileaks. De ser real, esto haría evidente algo de extrema importancia: A Dios no se le da muy bien la geografía, tanto, que se vería obligado a admitir en cierto programa pagado por el Sindicato de Trabajadores de la Educación que "un niño de primaria sabe más que él".

Mi segunda teoría involucra a Cthulu despertando de su sueño en R'lyeh, cosa que compagina con el hecho de que ahora el zodiaco cuenta también con una constelación reptante llamada Ofiuco. Es más que obvio que las estrellas están en posición para practicar el rito para tener a nuestro nuevo mesías con cabeza de molusco. Esto sólo puede suponer una tragedia para Chávez y AMLO, que están peleándose el título desde hace años ya. ¡Oops!

Y, finalmente, hablando de orígenes, la otra causa que veo factible involucra El origen de las especies. Aunque he de admitir que de las tres, esta es la que menos probable me parece: Si la Madre Naturaleza hubiese querido liberar al mundo de la sobrepoblación, habría generado el terremoto unos cientos de kilómetros más a la izquierda... Eso habría sido una caída para las maquilas, pero un gran paso para la humanidad.

Estas tres teorías sólo me llevan a una conjetura posible: Japón está mal puesto. Será por eso que el mundo lo recorrió 2.4 metros de su lugar original... Pasito a pasito la Tierra planea reubicarlo en un lugar donde estorbe menos. Cerca de Siberia, podría ser...

Pero, lo más importante es los efectos de este mal posicionamiento geográfico tiene.

El temblor, en principio, ha sido uno de los seísmos (amé esa palabra) más fuertes de los que se tiene registro. Supera al terremoto de la Ciudad de México, según el tal Richter, que tiene la mala fortuna de estar presente en todos los movimientos telúricos. Tan está acostumbrado que ya tiene su ranking... Por fortuna aquello no generó un problema de magna importancia. Sí, se cayó el florero de la abuela y la repisa que tenía incienso, se les desordenaron los papeles y algún optimista gritó "¡¡Vamos a morirnos todos!!" mientras corría como pollo por la habitación, pero nada más. Afortunadamente, a los nipones les tiembla tan seguido que ya perdieron el factor sorpresa. Sus construcciones están hechas con, lo que yo supongo, es la tela de la araña sobre la que 147984 elefantes se columpiaban, porque es resistente y (según dictan las nuevas tendencias) ecológicamente amigable. Eso redujo muchísimo el número de víctimas potenciales...

El problema vino después del temblor y de sus copy-pastes de menor escala, porque sacudieron el suelo marino y tuvieron un tsunami. ¿Se imaginan si Astroboy o las EVAs se mojaron en el proceso? Puff... y peor tantito, ¿pueden imaginar la cantidad de artistas "involucrados en causas humanitarias" que dijeron algo al respecto? Eso sí que es una desgracia. Para ilustrarlo, pongo el ejemplo de Dulce María, una filósofa posmoderna con aires de trovadora y romántica empedernida (que se graduó de una banda de gran prestigio llamada RBD): "como un tsunami en Japón, puede hacer que tus olas revuelquen el maldito corazón" El que creía que los haikus eran arte no conocía a este prometedor talento mexicano...

Pero, hasta eso, tener a todo Tokio apestando a mariscos no es tan trágico como el hecho de que su planta nuclear se derritiera como chocolate en un día soleado. Habían desalojado a la gente y declarado emergencia, sí, pero "afortunadamente" lo "tenían todo bajo control". Así son los japoneses, se empeñan en hacerlo todo bien y de manera meticulosa y no dicen si tienen complicaciones hasta que es demasiado tarde. Ellos muy mal.

Recién hoy, decidieron hacer una representación de Hiroshima y Nagasaki (patrocinado por Fukushima Productions). Y tienen a todo el mundo en ascuas, ¿de ahí saldrá la siguiente generación de pokemon? De cualquier modo, la Licenciatura en Entrenamiento Pokemon empezará a impartirse en universidades de prestigio a partir de Agosto 2011... Eso es tener espíritu emprendedor.

En resumen, la situación en el país de de la bandera bicolor las cosas están progresivamente empeorando, mientras el resto del mundo observa desde las pantallas en espera del ataque de Godzilla. Si he de ser sincera, yo esperaba que mi indiscutible ídolo de la infancia, Goku reviviera para salvarlos a todos, pero buscar las esferas del dragón toman tiempo. Y en eso ni San Google nos asiste... Pero, meh, como en película de Hollywood, los estadounidenses llegaron a salvar el día (bajo la dirección de Steven Spielberg). Mucho menos emocionante y más cliché... pero con excelentes efectos especiales.

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Reflexión final: La autora pide paciencia y alega locura temporal (aunque no sea cierto). Asimismo, rectifica que es capaz de tener pensamientos y discusiones serias, no sólo estos abortos de humor negro.

domingo, 20 de febrero de 2011

Dejo...

Y ahora, careciendo oficialmente de toda mi cordura, te lego a ti mismo, porque fuiste tan mío como yo fui tuya. Ahora, en este efímero ocaso de mi eterna muerte en vida decidí que no hay nada más digno de entregarte.

Podría darte mis cosas, mi autor y mi casa si así lo quisiera, pero no lo haré porque sería vulgar entregarte algo tan frío como muestra de mi calidez. Te dono, en cambio, mis sueños guardados en aquella cajita forrada de tul. Sé que la cuidarás mejor que nadie porque muchos de ellos fueron compartidos por ambos, y otros fueron inspirados por esa cándida sonrisa tuya.

Te otorgo también, y sin derecho a réplica o devolución, cada una de mis miradas. Algunas enamoradas que dejé bajo la almohada y otras iracundas, violentas y cortantes que refundí en mi oscuro armario.

Tuyos son todos mis pasos, sin embargo, no te donaré mis pies. Quédate mejor con todas aquellas huellas de tennis, zapatillas o pies descalzos que recorrieron tu corazón y marcaron nuestra vida.

Ahora ve y abre el cajón donde viven todas las pinturas de mi alma y saca una pequeña hoja de papel tornasolada con bordes arrugados. Cuando la mires, encuentra todos esos manchones y extraños colores que forman las muchas historias de una vida compartida por dos. Admira todos los poemas visuales que formaron mis sentimientos alrededor de ti. Luego, guárdalos de nuevo en tu cartera y sigue adelante.

Te regalo, al final, mis lágrimas para que tú no tengas que llorar, par que dediques a mis pensamientos una de esas sonrisas que tanto amé. Aquella tierna fotografía que guardo de ti.


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Nota al pie: Este legado, escrito por primera vez en los estertores de 2009, tiene un destinatario particular. Desgraciadamente, él decidió tomar la valija de sus recuerdos y salir, a la mitad de la noche, por la puerta trasera de mi vida. Fue algo tan repentino, que incluso salí con un quinqué a buscarlo entre las penumbras, sin darme cuenta que no puedo encontrar a quien no quiere ser encontrado. Así que, como una carta leída en un funeral, un pacto entre aquel que ha partido y los que le desean un buen viaje, he decidido publicar esto. La ironía es que, testé a favor de un muerto...y yo no creo en la resurrección del tercer día.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Receta para ser feliz

Advertencia: Rinde para 4 porciones.

Ingredientes:

  • 2 kilos de desdicha
  • 3/4 de taza de quejas en polvo
  • 1 litro de cretinismo
  • 6 trozos de tétricas esperanzas
  • 1/4 taza de deseos abyectos
  • 3 cucharaditas de auto control
  • 12 huevos
  • Sal y limón al gusto.

Instrucciones:

  1. Coloque en un recipiente las quejas en polvo, y revuelva con el cretinismo.
  2. Mezcle vigorosamente, agregando poco a poco la desdicha y revuelva hasta llegar a punto turrón.
  3. Licue los trozos de tétricas esperanzas con deseos abyectos. Asegúrese de que la mezcla desprenda un olor fétido, similar al de cucaracha aplastada.
  4. Coloque todo junto en un recipiente, mezcle en espiral hasta que se vuelva una masa uniforme, sin principio ni final aparente.
  5. Refrigere hasta que el platillo esté tan sólido que sólo exhale humo negro.
  6. Espolvoree el autocontrol sobre la mezcla. Recuerde que el platillo es altamente volátil y que, si no se maneja con cuidado corre riesgo de generar estragos de los más variopintos.
  7. Tírelo todo a la basura, quémelo y envíelo en una bolsa ecológicamente amigable hasta el depósito de cadáveres de su preferencia.
  8. Olvide sus problemas y, en un adorable ataque de misantropía, mande a todos a visitar a la amante y lingüista de cierto conquistador.
Nota: Los huevos son sólo ornamentales, pero sumamente necesarios para poder llevar una vida lo suficientemente feliz. Sin este detalle, esta receta no será eficiente.


viernes, 21 de enero de 2011

Reflejo

Y, tras el silencio que se había instalado, nació de sus labios una simple pregunta que le recalcitraba los huesos:

"¿Por qué?"

Pero el espejo nunca le respondió.