Por una parte, comprendo que la gente suele ser muy... sensible con respecto de algunos temas. No se me olvida cuando México puso el grito en el cielo por un comentario intrascendente que hicieron en Top Gear y casi casi fue tomado como ofensa nacional. Muchos mexicanos (los que no tienen idea de qué va el programa, pero que luego luego se indignan) se sintieron ultrajados y vieron el colonialismo británico del Siglo XVII resurgir. Se sintieron la mítica raza de bronce oprimida por la bota europea y se desgarraron las vestiduras para pedirle un sacrificio a la BBC para honrar a Huitzilopochtli y calmar la ira de los dioses mesoamericanos... Entre muchas otras ridiculeces más que mostraron ser de lo más improcedentes porque había sido sólo un comentario estúpido que no respondía más que a los estereotipos creados por los medios y que no refleja nada real. Pero bueno, a los mexicanos les gusta poner el grito en el cielo por cualquier cosa nimia.
De orgasmos y antiorgasmos
Orgasmos literarios. Historias originales. Pensamientos. chibiichigo.
jueves, 27 de septiembre de 2012
Lencería y otras cosas racistas...
Por una parte, comprendo que la gente suele ser muy... sensible con respecto de algunos temas. No se me olvida cuando México puso el grito en el cielo por un comentario intrascendente que hicieron en Top Gear y casi casi fue tomado como ofensa nacional. Muchos mexicanos (los que no tienen idea de qué va el programa, pero que luego luego se indignan) se sintieron ultrajados y vieron el colonialismo británico del Siglo XVII resurgir. Se sintieron la mítica raza de bronce oprimida por la bota europea y se desgarraron las vestiduras para pedirle un sacrificio a la BBC para honrar a Huitzilopochtli y calmar la ira de los dioses mesoamericanos... Entre muchas otras ridiculeces más que mostraron ser de lo más improcedentes porque había sido sólo un comentario estúpido que no respondía más que a los estereotipos creados por los medios y que no refleja nada real. Pero bueno, a los mexicanos les gusta poner el grito en el cielo por cualquier cosa nimia.
miércoles, 14 de marzo de 2012
Hablamientos incongruentes, o de ´como esta autora tiene antojos de una tortita de papa
sábado, 26 de noviembre de 2011
Despedida
“Incluso quien no ha mentido, miente” concluyó Mauricio, al momento de abrir la puerta de cristal de la cafetería donde había citado a Alma.
Aquella conclusión, tan paradógica en primera instancia, era el resultado de todas las consideraciones que lo habían mantenido ocupado durante la noche anterior. Era la revelación que había esperado días completos y que, al final, le había llegado como una epifanía escondida detrás de un último instante de duda.
Apretó las manos con fuerza, buscando erradicar el hormigueo de las yemas de sus dedos y el vacío en su estómago. Una ola de enojo y de resentimiento lo invadió. Tenía que hablar con ella, poner las cartas sobre la mesa de una vez por todas.
Se sentó en una mesa alejada del ajetreo de la barra y dejó la mirada fija en la puerta, en espera de que Alma apareciera para dejar la situación completamente en claro. Era consciente de que ésta era la única oportunidad que le quedaba para poder retenerla. Repasó mentalmente su discurso, pero la revelación que había tenido lo seguía alterando.
Alma le había mentido durante meses de la manera más ruin que hay: No mentirle. Ella había sido completamente clara desde el principio, cuando le dijo que “no deseaba comprometerse en algo serio” y, peor aún, cuando le había confesado que emocionalmente se encontraba comprometida con Luis, pese a que era no podía existía nada entre ellos. Y él la había aceptado. Había acordado tácitamente que lo podía utilizar para maquillar la ausencia de ese imbécil ex novio suyo.
¡Qué imbécil había sido! Él se había prestado a ese teatro insulso a sabiendas de todo lo demás, se había aferrado a la idea de poder tenerla. Se había enamorado y no lo había podido manejar, se había cegado… ¡Ella era la culpable, ella le había mentido!
La vio llegar, o, mejor dicho, supo que había llegado por el olor a sándalo que desprendía su cabello. Levantó la mirada y le sonrió de medio lado, procurando esconder el enojo y la nostalgia de las que se había visto preso con tan sólo su olor.
—Y, ¿para qué querías verme?— preguntó ella tan pronto colgó su bolso en la silla. Se veía tranquila, demasiado serena para su gusto.
Mauricio se quedó en silencio unos segundos. ¿Realmente estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias por Alma?
Bufó.
—Terminemos con esto— titubeó un poco al final de la frase. Esperaba que ella no lo notara, que el tono grueso de su voz hiciera menos delator su duda.
La miró rápidamente. Ella no había cambiado su expresión.
—De acuerdo, me parece bien.
La suavidad de su voz le hizo un nudo en el estómago. Se dio cuenta en ese momento que lo que quería era que ella se enfureciera, que llorara, que le suplicara… ¡o por lo menos que quitara esa maldita sonrisa condescendiente! La frustración lo invadió. La noche anterior había previsto toda clase de escenarios y todas las posibles respuestas que podía tener. Había pensado en Alma melancólica, en otra más resignada y en una que le preguntaba sus motivos, pero no había considerado a aquella que en ese momento lo miraba.
Complaciente y distante, sin rastros de haber recibido una noticia impactante, ella le clavaba esos ojos negros que antaño tanto le habían gustado. Le dolían. Esa mirada lo único que le demostraba era que, en efecto, ella nunca había mentido, que nunca había estado entre sus planes sacrificar su vida por hacerle a él un espacio.
—¿Qué, quieres decirme algo? ¿Estás molesta?
Sin embargo la cruda certeza de la que ya no podía evadirse le confirmaba que la pregunta sobraba. Ella no estaba molesta. Se sintió traicionado, traicionado por la verdad.
—¿Por qué habría de estarlo?
“Porque eso significaría que te importo” quiso gritarle, pero se contuvo. Tenía la garganta seca.
—No sé, pero me alegra que no.
Se preguntó si sus palabras habrían dejado relucir la decepción que sentía en ese momento. Mauricio quería que ella fuese quien le pidiera continuar, que le mostrara que lo quería y que le necesitaba casi tanto como él la quería y la necesitaba a ella. Había deseado que Alma, por primera vez, se mostrara menos independiente y le permitiera tener el control de la situación. Que le diera alguna clase de mensaje que él pudiese interpretar como un “me importas”, independientemente de que no significara eso.
Pero ya era tarde, la había dejado ir.
—¿Algo más?— le preguntó ella. Su voz no parecía impaciente ni descortés, sólo incómoda por el silencio tenso que se había generado entre ellos.
La verdad era que sentía tantas ganas de odiarla como impotencia por no poder hacerlo. ¿Cómo le podía explicar que así no era como él había planeado las cosas, que se había engañado a sí mismo con la falsa idea de que ella lo aprendería a querer en la misma magnitud que él la quería? Ni siquiera podía, por cuestión de orgullo, explicarle sus motivos sin saber primero si ella los quería atender. No era capaz de decirle que le frustraba haberla querido a sabiendas de que ella quería a alguien más, ni mucho menos de reclamarle su falta de interés en la relación, cuando desde el inicio habían tenido en claro que el trabajo iba primero.
¿Cómo podía explicarle que lo que más impotencia le generaba era, precisamente, la tortuosa sinceridad que le había tenido desde siempre? Le habría gustado que le dijera que lo amaba, que era el único hombre, que podía estar sin él pero le gustaría estar a su lado. Pero no la podía culpar de nada, ella había sido fiel a sus palabras iniciales.
Se sentía francamente estúpido.
—No, sólo… sigamos siendo amigos, ¿te parece bien?
Ella se tardó en contestar, su mirada estaba ausente en otro punto de la cafetería.
—De acuerdo.
Salieron juntos del establecimiento. Ella intentó abrazarlo, pero él rehuyó el contacto. Alma prendió un cigarrillo y, tras dedicarle una sonrisa resignada, se marchó.
Mauricio la vio casi hasta que desapareció entre la gente de la ciudad e inspiró profundamente, procurando esquivar la ironía de toda la situación. Alma no le había mentido cuando eran pareja, pero en ese último momento una mentira punzocortante, la única que había esperado que fuese verdad, había escapado de sus labios.
“Uno sólo miente en cosas importantes” recordó, con un poco de despecho.
Entonces entendió que el abrazo al que se había negado no buscaba una conciliación, como creyó en ese momento. Había sido una despedida.
sábado, 19 de noviembre de 2011
De cuando a Dios le dio cáncer
Los hombres lo habían creado a su imagen y semejanza, al igual que a todos los que fueron venerados ciegamente antes de su llegada. Era el perfecto escudo que ellos buscaban, quien les permitía dormir por las noches pese a todas sus infamias. Nunca más que un parámetro flexible para sus preceptos errantes...
martes, 13 de septiembre de 2011
Ritual
El día es tan monótono, tan gris, tan martes. Por la tarde, la incertidumbre de si lloverá o no es lo que alienta a las personas a caminar más rápido por las aceras, que se llenan de barullo y de gritos de “cacharpo”. Voy a prisa, siguiendo el ritmo de pies ajenos hasta llegar a la escalera. Subo con cuidado, procurando no caer en uno de los peldaños rotos que dejan ver las vigas torcidas y desgastadas. Tres jóvenes platican detrás de mí y me rebasan, lo mismo que al anciano a mi lado, que anda con dificultad, apoyado de su bastón.
Paso a la taquilla, que por primera vez en meses está abierta y compro un boleto. El hombre que está detrás del mostrador me ve con recelos, quizá sabe que yo me dirijo a casa y él se queda ahí, confinado a un espacio de un metro cuadrado.
Entro en el andén y me uno a las 22 personas que esperan el Tren Ligero en dirección a Taxqueña. Por algún motivo me siento en ese ambiente como una extraña, aislada entre la gente, que se limita a ver las vías vacías o a revisar su celular con audífonos puestos. Parecemos autómatas, estamos totalmente deshumanizados.
Pasan dos trenes en dirección a Xochimilco antes de que llegue el que va al metro. Ya somos 28 los que subimos con prisas, intentando romper las leyes de la física y hacernos una sola masa con quienes van a nuestro lado. Esos desconocidos que, durante algunos minutos, sentimos tan cercanos.
Se escuchan de vez en cuando conversaciones aisladas y casi en un murmullo. Todos los oídos captan la charla con algo de recelo y a la vez con un interés descarado. Se finge no escuchar cuando, en realidad, estamos al pendiente de esa plática intrascendente que se nos antoja lo más interesante del trayecto. A fin de cuentas, nos sirve para pasar el rato, para apartar un poco al silencio cuasi-ceremonial que nos rodea.
Me siento como en una iglesia y no sé cómo comportarme. Parece que cada cual está metido en un rezo privado del que ni siquiera está consciente, al tiempo que mira a los demás con extrañeza y apatía, sin hacer contacto visual con nadie. ¿Será que Paz—o Samuel Ramos, para referirnos al autor original— tenía razón al decir que los mexicanos no nos vemos directamente a los ojos para no darnos cuenta de la existencia del otro, para no romper el sentimiento de inferioridad que tenemos “de fábrica”? No puedo dejar de darle vueltas a la situación. “Podría ser” me digo. Y dejo que ese pensamiento errante se marche.
Mientras yo pienso, la gente sube y baja del Tren, sin hacer ruido, como si se evaporara. Sigo pensando que es parte de un ritual que desconozco pero del cual, inconscientemente, formo parte. En Huipulco, sin embargo, bajan muchas personas, tantas que el vagón se desestabiliza. Da la impresión de que la gente sale un poco de su trance, sólo para volver a sumergirse en él con renovadas fuerzas. Casi todas las cabezas ven hacia la ventana, como si se uniesen en un deseo por estar de aquel lado del acrílico, en un Viaducto-Tlalpan lleno de autos que no se mueven en vez de estar en el transporte público.
El Tren Ligero, en su ritual silencioso y casi esotérico cumple el protocolo de la caballerosidad. A los ancianos les ofrecen el lugar, las tratan con respeto e incluso les dedican una escueta sonrisa. Las demás personas ni siquiera volteamos a reconocernos, nos limitamos a ver los zapatos negros que parecen extensión del hule desgastado del mismo color. En ese lugar no hay caras, aunque estamos casi forzados a mirarnos una que otra vez para pedir el paso.
Se acerca la estación de mi destino y pido el paso. La gente se aparta entre gruñidos apagados, obnubilados por el olor de apatía y cansancio que desprende el vagón. Las puertas se abren y salgo lo más rápido que puedo, antes de que empiece el pitido que anuncia su cierre. Quiero dejar atrás el espíritu del gris, de lo monótono, del martes después de la jornada laboral en la Ciudad de México.
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Esta crónica la hice en mi clase de Géneros de opinión, que aprobé con un honroso 94/100. Me gustó tanto que decidí colocarla aquí, como mi pequeño orgasmo nacido por necesidad, en el seno del transporte público de la ciudad más bizarra del mundo.
viernes, 26 de agosto de 2011
Bullying
jueves, 16 de junio de 2011
El final
El amor salió por la ventana, furtivo, abrazado de una noche que ahora me parece eterna y traidora. Ni tú ni yo nos dimos cuenta, pero terminamos echándolo en falta y endulcorando nuestra relación con indiferencia. Caímos en la costumbre y no lo notamos hasta que nos encontramos maniatados en una rutina que ni tú ni yo queríamos y que, sinceramente, nunca vimos llegar.
Nos volvimos víctimas de nosotros mismos. Consumimos nuestro amor como si de una vela se tratase y nos embebimos del último resplandor de luz amarillenta como si fuese nuestro último momento a solas. Y lo fue. Luego de eso, simplemente jugamos a vernos en la oscuridad, a tientas.
De pronto ya no fuimos sólo tú y yo en una cama. Ahora, en medio de nosotros, se erigía un muro intangible de indiferencia y rencores que ninguno de los dos se esforzó en bordear. Tal vez creímos que el otro lo haría, sin atrevernos jamás a dar el primer paso y buscando culpables para no actuar porque, ¿sabes? Ya no teníamos un para qué. Probablemente, en aquellos momentos, hasta llegamos a pretender que todo iba bien, que éramos felices así… No lo recuerdo bien.
Un día escuchamos el estallido de un vaso y supimos que nada se había roto. Éramos nosotros, nuestra relación fracturada que siempre imaginamos irrompible. Ya no quedaban más que los fragmentos de nosotros, un tú y un yo que no se supieron reconciliar. No nos soportábamos, no podíamos siquiera atisbar en el otro lo que antaño nos había hecho jurar un por siempre que ya había terminado. Sin embargo, no era ése el final; el final fue mucho antes.
Ahora entiendo que la culpa no fue ni tuya ni mía, pero sí fue de los dos. Me diste toda tu vida y tú te saturaste de la mía, hasta que ambos llegamos al límite, mientras todavía simulábamos que el final jamás llegaría. Sin saber que, en realidad, llegó mucho antes de nuestro comienzo.
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Orgasmos enlazados
Sobre mí
- chibiichigo
- Adicta a los libros, a la tinta y al papel, que se embriaga en la fragancia dulzona del conocimiento. Enamorada empedernida de la inteligencia y del misticismo que envuelve a las miradas que saben tanto que se atormentan por sus propias ideas. Admiradora del temple que tienen las tazas de café, y de la paciencia de los cigarrillos antes de consumirse, siempre esperando a una musa que parece no llegar más que en las noches de insomnio. Crítica de la realidad, fetichista de la fantasía y cazadora de ideas vueltas humo que impregnan el ambiente. Bebedora compulsiva de momentos de pasión cargados con el matiz de la sensualidad engalanada con bragas y liguero. Practicante de los rituales más escandalosos de amor abyecto que se mezcla con el odio y se funde en los labios con vehemente nihilismo. Hedonista por excelencia y narcisista por convicción, adoradora del culto al ser y al no ser, siempre en busca de la plenitud que proporciona el orgasmo. Sencillamente una escritora perdida en la fatídica realidad.