domingo, 21 de noviembre de 2010

El ritual de ir acompañado al cine

Tal vez si fuese un poco más ortodoxa, o si no me atreviese a criticar de manera incisiva casi todas las cosas que se presentan ante mis ojos como "socialmente aceptables", me parecería de lo más adecuado realizar algunos rituales que se me antojan sin sentido. ¿Por qué realizamos en conjunto actividades que se diseñaron para experimentarlas en soledad? ¿Sólo porque nos es agradable y nos permite regodearnos en nuestro confort social?

Existen un millón de rictus sociales que no comparto. Algunos los sigo por costumbre o por no desentonar, finalmente, aunque heterodoxa sigo siendo un ser gregario, pero la mayoría los cuestiono por su inherente inverosimilitud. Ir al cine es una de ellas, pese a que no es la única.

Jamás me ha parecido una acción coherente ir acompañado a ver una película, o, todavía más radical, asumir que es parte intrínseca de una convivencia. El cine, al igual que un buen libro o un sencillo poema, forman parte de una experiencia interior en el cual el otro no puede intervenir. Dos personas nunca verán de la misma forma una película, por mucho que la vean juntos o que se esté transmitiendo en más de 1 millón de salas en todo el mundo. Así, una buena película se convierte en una adorable catarsis interior donde no se habla, no se comenta y se deja de vivir por escasa hora y media (en promedio).

Una vez puesto esto en consideración, ¿por qué van en paquetes? Una amiga dijo que es para "compartir soledades", pero eso no es parte de una interacción social real. No tiene sentido, claro, a menos de que los dos cumplan el pacto tácito de callarse y de ser individuos alienados de sí desde que se transmite el logo de la compañía cinematográfica hasta que abandonan la sala... Así de fácil y precario.

Al cine nadie va a escuchar la interesante oleada de comentarios que tienen las personas de al lado, ni a escuchar a los niños pequeños gritar o removerse en el asiento como si hubiese "pica-pica" en su ropa. Tampoco vamos a "disfrutar" de los murmullos o de las ingeniosas tonadas del celular de alguien en un recóndito lugar de la sala donde impera el anonimato. No escuchar ni ver, ni pensar siquiera en algo que nos distraiga de la trama.

El cine es como un libro. Se vive individualmente, porque hacerlo parte del colectivo resulta estresante y moroso. Podrá ser comentado, claro, pero, definitivamente, no es un desplante de maneras sociales ni, por mucho que lo quieran ver así, el óptimo lugar para estar con otra persona.

Vivan el cine, vivan la película, vivan la ficción... solos o en solitaria compañía, eso no me interesa. Sólo me pronuncio en contra de esos rituales sociales donde, de interacción social, no existe un carajo. Mejor irse a tomar un café, a rondar por una plaza comercial durante horas, a comer o a otro lugar donde sea aceptable relacionarse con otros.

Quizás esto se deba a que mis mejores memorias en un cine se dieron cuando fui totalmente sola, en horarios imposibles para la mayoría de la gente y me pude sumergir por completo en otros cuerpos y fungir como un espectador omnipresente y omnisapiente. Quizás es porque jamás he visto con buenos ojos ir acompañado a un sitio donde debes estar en silencio... pero, en fin, mis percepciones sobre esta masificación individual que se vive y se erige como algo deseable y bueno no son universales. Sigo siendo esa rareza con tendencias sociopatas a la que ustedes siguen leyendo porque algo de verdad encontrarán en mis palabras.

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