viernes, 26 de agosto de 2011

Bullying

Cuando yo tenía tres o cuatro años, asistía a mi escuela una niña algo desequilibrada. Tenía un leve retraso mental, problemas en su familia y era despiadadamente fea, casi como para matarla con cloroformo. Por supuesto, a mi corta edad nada de eso me habría importado si no fuese porque, de buenas a primeras, un día decidió que sería interesante empezar a hostigarme.

Yo, de pequeña (porque no se me quedó el hábito), era bastante retraída y timorata. No me relacionaba fácil con la gente y mi madre siempre me crió con los principios de "No le pegues a nadie, sé cordial y trata a todos con respeto", así que no tenía idea sobre cómo defenderme de mi agresora. De hecho, era tan tímida que ni siquiera me atrevía a contarle a nadie que esa pequeña terrorista de preescolar me hacía la vida imposible.

La primera vez me tiró del cabello, la segunda me golpeó, la tercera me hizo algo igualmente horrible y me agarró de cliente. Así, sin que yo supiera cómo, estaba lidiando con una niña desatendida, con problemas psicológicos y sin la mínima pizca de respeto por el entorno, por sus compañeros, por mí o incluso por su madre (llegué a ver cómo golpeaba y pateaba a la señora sin que ésta hiciese nada por impedirlo).

Hoy en día, el trato que recibí sería llamado bullying, pero en la década de los 90 era "fue un accidente", era un "ella no quiso", era un "le voy a decir algo"(que nunca le decían, por cierto) y era un "perdónala, es que lleva una vida complicada, pero irá con la psicóloga". Es decir, la niña era solapada por las maestras, que siempre tienen una morbosa compulsión por proteger a las personas neuronalmente desfavorecidas y con situaciones familiares incómodas, mientras que a mí me hacían la vida de cuadros.

Un día mi mamá se enteró por otra mamá de mi situación y, tras una cantaleta interminable de "¿Por qué no me dijiste nada?" a la que yo no le respondí nunca (¿cómo le iba a decir que mi agresora me tenía totalmente aterrada?), me dijo "¿Recuerdas lo que te he dicho sobre no golpear a la gente? Olvídalo. Si alguien te pega, pégale de regreso y si te preguntan el motivo di: porque mi mamá me dijo."

Yo tenía mis reservas sobre esos métodos, finalmente había sido criada como una señorita y quería que las maestras hicieran su trabajo. Tuve un conflicto interno durante algún tiempo, pero un día, cuando la niña me tiró del cabello (o algo así), solté el primer puñetazo liberador, la tiré al suelo y le di una patada digna de futbolista.

En ese momento, automáticamente, recuperé la sensación de fortaleza y mi autoestima. Dejé de ser la víctima indefensa y suscrita a los intereses de una abusiva para convertirme en una persona que se sabe capaz de reclamar sus derechos (por la buena o por la mala). A partir de ese día, la niña no me volvió a molestar ni a dirigir la palabra, y poco tiempo después se marchó de la escuela por motivos familiares.

Así es como pude, después de ser atemorizada por un año o dos, vivir una infancia sin sobresaltos. (Y agarré cierto gusto a golpear gente y a aplicar la ley de Talión, si soy sincera)

En fin, ¿por qué de pronto conté esta enternecedora historia de superación digna de algún libro de consejos parentales? Porque puedo ver cómo a gran escala el patrón se repite en el país.

A mí me tiraron del cabello, en Monterrey y en Morelia tiran granadas.

A mí me patearon, en Torreón hubo un enfrentamiento armado afuera de un estadio.

A mí me agredieron verbalmente, en Chihuahua, Guerrero y Tamaulipas matan a la gente, le cortan la cabeza y la entierran en el desierto en alguna fosa común.

Yo intenté ir con las autoridades para que me protegieran, a Marisela Escobedo la mataron por el activismo y la PGR tan campante.

Yo era la agredida y las maestras solapaban la conducta de una retrasada mental, las policías y los gobiernos estatales se hacen pendejos con los narcotraficantes. Alejandro Encinas metió al hermano de un narcotraficante y le dio fuero en el Congreso de la Unión.

A mí nadie me defendió y me hicieron creer que yo era el problema, a dos alumnos del Tec de Monterrey les sembraron pruebas y los acusaron de sicarios.

Yo esperaba para que la situación terminara por sí sola, los católicos juntan las manos y le rezan a la virgen y a las reliquias de Juan Pablo II. Los tuiteros le rezan a una deidad que aborrece las redes sociales.

Yo me cansé y decidí recuperar el control, ¿México cuando? Porque es claro que ni Sicilia con sus marchas silenciosas, ni el gobierno con su terrible estrategia, ni la milicia mexicana especialista en rescate que hace las veces de la policía, ni la PGR y los políticos que encubren criminales y maquillan los crímenes ni mucho menos los narcotraficantes que ya se sienten los dueños de nuestro país y nuestras vidas, van a hacer algo al respecto.

Así que la pregunta que queda en el aire es: ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que somos más de 100millones los mexicanos que estamos hasta la madre y ya no queremos vivir con miedo por 10,000 sujetos con sed de poder? ¿Cuándo vamos a hacer algo aparte de rezar y condenar los actos terroristas vía Twitter?

Porque va a llegar un momento en el que ya no podamos quedarnos de brazos cruzados, porque ya estamos francamente hasta la madre.


1 comentarios:

Hams dijo...

Es una buena comparación y un buen punto de referencia que tomaste para describir una situación muy trágica que se vive a diario en México y por desgracia, en muchos más países.

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