sábado, 19 de noviembre de 2011

De cuando a Dios le dio cáncer

El día en que Dios fue diagnosticado con cáncer no se sorprendió, sino que agradeció profundamente su suerte. Decidió sentarse a esperar a la muerte en un sillón abandonado en el sótano de algún edificio de cualquier ciudad y, con una sonrisa melancólica, escuchó los intentos desesperados de algunos hombres por convencer a los demás de que gozaba de excelente salud.

Compadeció un poco a todos aquellos seres que se aferraban a él, después de todo, ¿cómo iban ellos a imaginarse que lo único que deseaba era evaporarse lo antes posible y dejar de ser inculpado por errores ajenos? Tal y como había ocurrido con sus predecesores ansiaba fundirse con la bruma que divide a la memoria del olvido, ser mentado por personas que no le guardaban rencor y que no lo culpaban por la sangre que él jamás derramó. En fin, quería ser desacreditado como todos los que fueron antes que él para poder acceder al terreno de los inocentes imaginados que sólo fueron una justificación.

Sabía que era su momento, que debía hacerse a un lado y permitir que alguien más tomara su sitio en el trono incuestionable. Era tiempo para dejar que le achacaran a otro la injusticia, el hambre y la muerte... Ésa había sido, desde el incio, su razón de ser.

Los hombres lo habían creado a su imagen y semejanza, al igual que a todos los que fueron venerados ciegamente antes de su llegada. Era el perfecto escudo que ellos buscaban, quien les permitía dormir por las noches pese a todas sus infamias. Nunca más que un parámetro flexible para sus preceptos errantes...

Por suerte, su tiempo había terminado. Lo único que le quedaba, al proferir su último aliento, era una inmensa compasión por su sucesora, la joven Tecnología.

1 comentarios:

Tatsura dijo...

Me gusto de sobre manera...Nunca me había planteado esa idea, pero en si tienes razón.

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