jueves, 16 de junio de 2011

Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo

¿Te acuerdas lo que tomamos ese día? ¿Recuerdas dónde estábamos cuando me lo dijiste, qué hora era? Yo sí, perfectamente bien. Atesoro ese día como pocos, porque ahí rompimos nuestra barrera final y nos atrevimos a abandonar todo intento de complacencia mutua, a llenar con palabras el silencio que nos volvía desconocidos a medias y que ni tú ni yo podíamos soportar por más tiempo.

Yo lo sabía.

Tú lo sabías.

Ambos lo sabíamos, pero esperábamos el mejor momento para dejarlo en claro sin que sonara forzado o impertinente.

No me sorprendí cuando me lo dijiste, finalmente, ¿de qué valía, si yo ya lo sospechaba? Sólo, y eso te lo aseguro, me sentí un tanto abrumada por las formas. Una plaza por la noche, en un susurro para que nadie más pudiese entrar en el mundo que estábamos creando. Fuimos sigilosos y francos. Nada más y nada menos.

"Soy homosexual."

"Ya lo sabía. Desde que te conocí."

Sin ceremonias ni frases elegantes. ¿Qué más podíamos decir, que no estuviese en el aire ya? No teníamos que hablar, no había lugar para argumentos elaborados ni excusas vacías en ese momento. Tan sólo fue la hora de nuestra mutua aceptación. Yo te acepté tal cual eras, sin matices ni caretas, acepté entenderte y compartir un secreto que no estaba en mí desvelar; y tú tuviste que aceptar que, a partir de ese momento, yo había ingresado a la parte de ti que más te atormentaba, que había dejado una huella indeleble en tu alma y que los dos nos pertenecíamos el uno al otro. Ahora, casi medio año después, me pregunto quién tuvo qué aceptar más aquella noche, si tú o yo.




Una copa de vino medio vacía fue nuestra testigo la noche que volvimos a abordar el tema. Poco antes me habían dicho que yo jamás entendería "lo que significaba ser homosexual", que era difícil y suponía un choque con la moral recalcitrante de un pueblo guadalupano, y yo no me atreví a negarlo (ni lo negaré jamás). Sin embargo, caí a mi punto de partida: ¿Qué significa serlo? Absolutamente nada. Eres el mismo hombre que conocí sin esperármelo siquiera, que me ha brindado apoyo y consuelo en casi cinco años de amistad. Lo único que cambia es si te atraen hombres o mujeres,como si te gustara el helado de limón o el de vainilla. Una mera intrascendencia, después de todo.

En aquel momento, durante aquella plática llena de frases cortadas, aunque tú no lo dijeses, te sentías atormentado por tus propias ideas de la filosofía depresiva a la que te consagraste con el fin de saber si eras así por nacimiento o por factores externos a ti. Pero, ¿de algo te sirve saberlo? Ya está hecho. Te construiste a ti mismo a partir de las cenizas que dejó tu ser anterior, te libraste de tus dudas y temores. Apostaste por tu felicidad. Y con eso me hiciste a mí la mujer, la amiga, la confidente más dichos de este universo.

Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo, eres homosexual. Y eres, también, parte esencial de mi existencia, una de las personas junto a las que quiero recorrer este trayecto que se llama vida.

Te adoro, te admiro y te prometo que siempre será así.



A Codi, de quien me siento profundamente orgullosa.

0 comentarios:

Publicar un comentario