miércoles, 21 de julio de 2010

Los milagros están depreciados

Publicado por primera vez el 23 de junio de 2009 en Pensamientos en Blanco y Negro. En recuerdo de mi querida amiga Esthela de la Luz Valles Vindiola, que en paz descanse.

Todos hemos querido presenciar algún milagro, algo que nos haga creer en que el orden cósmico del universo existe, alguna nimiedad que nos haga sentir importantes dentro del rol que ejercemos en nuestra propia vida. Queremos encontrar una especie de moneda de oro que nos permita ponernos en contacto no ya con los demás seres que nos rodean en el día a día, sino con nosotros mismos.

Buscamos la felicidad en lugares que creemos inalcanzables, fijamos metas tan difíciles de alcanzar que rayan en lo ridículo y cuando las alcanzamos a base de sudor y lágrimas nos damos cuenta de que, irónicamente, la felicidad no se encontraba ahí. Creemos que podremos presenciar un milagro sólo si buscamos con ahinco en todos y cada uno de los rincones del mundo sin darnos cuenta -¡Dios, qué ciegos podemos llegar a ser!- que todas las cosas maravillosas yacen precisamente sobre nuestros pies, frente a nuestras narices.

Los milagros se exhiben delicadamente con matices que cómodamente llamamos cotidianeidad, normalidad, sin saber que son las pruebas del milagro más profundo que puede existir: Estamos vivos, formando parte del mundo.
Si todo mundo lograra comprender que para experimentar un milagro basta sólo con empaparnos en la vida que nos rodea, conocernos lo suficiente como para no ser traidores a nosotros mismos, las cosas serían bastante más sencillas para todos.

Un amigo es un milagro, poder darse un baño de sol es un milagro, respirar es un milagro al cual estamos tan acostumbrados que olvidamos tomarlo en cuenta.
Diario experimentamos mucho, el día está lleno de “instantes mágicos” -como los llamaría Coehlo- pero no los sabemos apreciar porque la molesta e innecesaria venda de la soberbia y de la ambición nos embriaga.
Parece que las personas sólo buscan pretextos para ser infelices sumergiéndonos en el tedio, depreciando todos esos milagros que nos embriagan día con día; sin tomar siquiera un momento para detenerse y observar que vida sólo hay una y debemos vivirla al máximo.

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